Hacia un feminismo integrador, orgánico y cristiano
A veces la inspiración, los modelos y las soluciones están donde menos pensamos. Y, hoy, donde como especie son sentimos tan evolucionados, podríamos detenernos en un tiempo en que se cree que lo éramos menos.

A veces la inspiración, los modelos y las soluciones están donde menos pensamos. Y, hoy, donde como especie son sentimos tan evolucionados, podríamos detenernos en un tiempo en que se cree que lo éramos menos. Nos referimos al momento en que se percibió la enorme riqueza que suponía el Eterno Femenino expresado en la Madre de Dios, desarrollando un impresionante culto de devoción mariana, extendida por todos los confines de la Civilización Cristiana Occidental. Esto comprendió que hombres y mujeres se complementaban; que la maternidad era un don y fuente de alegría, que el rol de madre era un rol central y prioritario en la sociedad, que los padres constituían un compromiso recíproco y complementario en el rol formativo y de cuidado de sus hijos, funciones que contribuyeron a afianzar la sociedad de la época.
Ese peregrinar de la sociedad ocurrió nada más ni nada menos que en la Baja Edad Media. Sí. Podemos afirmar que esta concepción de la mujer alcanzó en el Medioevo su mayoría de edad y plenitud, junto a la gloriosa epopeya de la elevación de las grandes catedrales en ciudades europeas, dando su impronta a una época, consagrando sus espacios bajo la protección de Nuestra Señora.
Sabemos que un movimiento cultural auténtico se prueba en sus dimensiones materiales como en sus alcances civilizatorios. El auge -0 renovación- del culto mariano en Occidente permitió no sólo tener su expresión profana en el desarrollo del amor cortés e ideal caballeresco, sino que crear una civilización del amor y cultivo de las cualidades propias del mundo femenino que germinaron en una tierra abonada por la comprensión de la profundidad del misterio mariano expresado en tantos aspectos. La compresión cabal de este fenómeno significó que en esos fecundos siglos surgieran múltiples mujeres visionarias, místicas, santas e intelectuales, que lograron articular una reconocible síntesis y perdurable imagen de los valores femeninos encarnados por mujeres que prefiguraron a María, permitiendo comprender que si bien hombres y mujeres son iguales en dignidad y derechos, son diferentes en modalidad.
Ambos están en superioridad recíproca, pues poseen una originalidad que está al servicio del otro, que lo engrandece y enriquece, así ambos se fundirán el uno en el otro para formar una sola carne. De este modo, nos resonará aún hoy, que sólo el reconocimiento del otro y la plena integración de lo femenino, supondrá la superación de esta oposición dialéctica, trayendo un mundo más solidario, más pacífico y de colaboración.
Recojamos esta mirada hoy, cuando asistimos a una imparable tendencia hacia la maternidad postergada, a bajas tasas de natalidad en los países desarrollados y cuando una intolerancia radical dominan el panorama mundial y alimentan el conflicto. Como consecuencia de todo esto quedan desamparadas e invalidadas las visiones alternativas. Pero existe la posibilidad de mirar hacia atrás y aprender cómo una sociedad como la medieval pudo conciliar en su seno al elemento femenino, que habiéndolo primero excluido, luego logró orientarlo hacia a un principio superior y armonizarlo en una síntesis maravillosa que dotó de pleno sentido a la humanidad de los siglos XII y XIII. Eso hoy también es posible.
Por Cristián León González Doctor en Historia del Arte y Vocero Voces Católicas
Fuente. La Tribuna