Jesús, María y José tienen algo que decirnos
Estamos viviendo tiempos difíciles de incertidumbre, inestabilidad y precariedad. La inflación no da tregua y el presupuesto familiar rinde menos. El aumento del desempleo parece inevitable en los próximos meses. Seguimos alertas ante nuevas cepas
Estamos viviendo tiempos difíciles de incertidumbre, inestabilidad y precariedad. La inflación no da tregua y el presupuesto familiar rinde menos. El aumento del desempleo parece inevitable en los próximos meses. Seguimos alertas ante nuevas cepas del COVID más peligrosas que pudieran surgir. En lo político social aún no tenemos humo blanco respecto de un nuevo derrotero a seguir. Llevamos tres años de estallido social, pandemia y ahora crisis económica. Estos hechos, de una u otra manera han resentido la salud mental, emocional y física de familias, amistades, barrios, ciudades y países.
Podemos tener dos actitudes distintas para enfrentar tiempos tan desafiante; ambas polarizadas. El alma conservadora que vuelve su mirada hacia atrás donde se convence que todo pasado fue mejor. Y el alma progresista que pone su mirada en el futuro y su confianza en las capacidades sin límites del ser humano.
Después de la tormenta sale el sol, dice la sabiduría popular, y es cierto. Hoy estamos en una tormenta perfecta según algunos. Por momentos dan ganas de decir junto a Mafalda, “paren el mundo que me quiero bajar”.
Propongo, en este mes de noviembre dedicado a María, volver la mirada a ella y su familia poniendo especial atención en cómo vivieron tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad.
Fe. Consiste en creer en lo que no se puede comprender y tocar del todo, sino intuir de manera certera. Y María, mujer judía que aguardaba al Mesías igual que el resto, da luces. Ella pregunta cómo va a dar a luz al Mesías; y no por qué ella fue la elegida. Es una invitación a no gastar el tiempo en pedir explicaciones de por qué hay injusticia, dolor, mezquindad y sinsentido en este mundo postmoderno. Creer es un acto de voluntad porque puede ser que no pueda escoger mi realidad pero puedo elegir cómo vivirla.
Esperanza. Es esa luz tenue que pone una y otra vez en marcha ese anhelo de felicidad y plenitud infinita. Decía Benedicto XVI, “el hombre está vivo (…) mientras en su corazón está viva la esperanza”. Propone cultivar la esperanza en el silencio de la oración, en la angustia y desvalimiento del sufrimiento y en una sana conciencia de que daremos cuenta de nuestros actos y decisiones. Poco se dice de José, hombre de decisiones difíciles, que tras desposar a María tuvo que huir con ella y el niño a Egipto.
Caridad. Tan pronto María recibe el anuncio del ángel, se pone en camino para contarle la buena noticia a su prima Isabel. El amor es un regalo que no se puede guardar para sí. Los tiempos de tormenta son situaciones límite que pueden sacar lo mejor y lo peor del ser humano. Tal vez nos permiten experimentar la fragilidad del anciano, la inocencia de los niños, la dependencia de los desvalidos. Amar duele, incomoda y desgasta, pero nunca defrauda. Como decía el Padre Hurtado “más vale gastarse que oxidarse”.
Quién se confía a sus propias fuerzas se condena a sus propias debilidades. Cuesta tan poco ser un poco más solidario, perdonar y perdonarse, creer en el prójimo. ¡Arriba los corazones!
Sebastián Dreyfus, Vocero Fundación Voces Católicas.
Fuente: La Tribuna